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Vivian Gornick, Julia Osuna Aguilar: Mirarse de frente (2019, Editorial Sexto Piso) 5 estrellas

En una reseña reciente sobre la correspondencia entre Henry y William James, el escritor inglés John Bayley hacía referencia a un poema de Philip Larkin que recrea «un mundo donde las cartas se recibían con avidez y se entregaban con fidelidad; donde el teléfono era un medio de comunicación costoso y bárbaro […] y se confiaba en las cartas […] para combatir los padecimientos de la existencia diaria». (…)

Es verdad, me dije, a mí de joven me encantaba escribir cartas y habría seguido escribiéndolas si no hubiera sido por…

Tonterías, me contesté. No puedes echarle la culpa a la tecnología. La pregunta que hay que hacerse es por qué la correspondencia escrita no plantó más batalla. ¿Qué hay en nuestra naturaleza que le haya permitido al teléfono una conquista tan fácil? Tendrás que ver qué has hecho tú al respecto, pregúntate por qué tú no escribes ya cartas. Digo yo que hay algo más profundo ahí que un simple «la culpa de todo la tiene el teléfono».

A ver, venga, ¿por qué no escribo ya cartas? Bueno, pues porque, siendo sincera, me parece una lata tener que escribir una carta, una obligación que rehúyo hasta que no me queda más remedio. (…)

Hace treinta y cinco años, cuando estaba en la facultad, la gente escribía cartas. El profesor de instituto, el vendedor de seguros, el trabajador social; el hombre de negocios que leía, el abogado que trabajaba; la costurera que iba a clases nocturnas, la matrona que trabajaba de voluntaria; la infeliz de mi madre, nuestra vecina en estado: todos mantenían una correspondencia variada y a menudo prolífica. Era la forma en que la gente de educación corriente acostumbraba a ocupar el mundo más allá de su propia vida pequeña e inmediata. (…) si querías […] entablar contacto con alguien –hablar, reflexionar, extenderte con un espíritu afín o solidario–, te sentabas a escribir una carta.

Mis amigos y yo éramos todos grandes «epistológrafos», es decir, practicantes constantes y dedicados. Siempre había alguno de nosotros dando vueltas por el mundo [y] cuando viajábamos, nos escribíamos. Nunca llamábamos, escribíamos. Recibir una carta era una fiesta… la promesa de una buena lectura. (…) Escribir una carta era un placer mucho mayor que recibir una, aunque la emoción fuese la misma. Daba la impresión de que las frases, cuando por fin te venían, salían con una fluidez sin fisuras.

Hoy en día escribir cartas es un fastidio. (…) Tengo que escribir frases completas en párrafos completos. Tengo que hacer que los párrafos se pongan de acuerdo entre sí, que se hablen, que tengan la coherencia de un escrito. La expresividad reside en la escritura y ésa, al fin y al cabo, es la función de la carta: comunicarse expresivamente. En nuestros días escribir una carta es una decisión, mientras que cuando yo era pequeña era una forma de vida.

También coger el teléfono es una decisión (…) pero una que no me cuesta tomar y que asumo con regularidad. Si me dan a elegir entre llamar por teléfono y escribir una carta, tengo que concluir que prefiero la llamada porque es por lo que opto nueve de cada diez veces. Pero no es que lo prefiera, es simplemente lo que hago. Es lo que todo el mundo hace: la respuesta habitual del mundo en que me ha tocado vivir, uno que no exige una voluntad activa.

El mundo en que me ha tocado vivir. Eso sí que es una frase para pararse a pensar. Una frase que hace fruncir el ceño; que provoca un eco desagradable en la cabeza; que incluso me entristece. ¿Qué significa el mundo en que te ha tocado en lugar de luchar por ocupar tu lugar en el mundo? Es algo como amnésico, anestesiado, paralizado en el sitio. Yo diría que en algún punto de esa frase está la historia enterrada de «la culpa de todo la tiene el teléfono».

Mirarse de frente por , (75% - 78%)

respondió al estado de Dato 📚

Approaching Eye Level fue publicado en 1996. Leyendo este fragmento, no pude dejar de pensar en la operación que sufrimos —la misma— con los correos electrónicos en la compu vs. la mensajería instantánea en el celular. Las preguntas que se hace Gornick aplican todas.

Yo sigo enviando algunos correos (menos de los que quisiera), y de vez en cuando una carta manuscrita. Siempre aclaro que no esperan respuesta pues son, para mí, lo que fueron en su día las llamadas perdidas: un ping, una señal específica, o bien aviso de mera existencia. Si pido respuesta es, en todo caso, “por audio de WhatsApp”, porque me gusta mucho escuchar a alguien pensar en voz alta.

respondió al estado de Dato 📚

@dato wow, me ha encantado el tren de pensamientos. Yo tuve una época de cartearme, pero ahora estoy muy desconectado de mi yo de entonces. Y creo que ahora mismo nadie en mi entorno agradecerán especialmente recibir una carta mía. Aunque quizá sí, quién sabe... Le daré una vuelta.