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Antoine de Saint-Exupéry: El principito con lenguaje inclusivo (2018, Ethos Traductora) Sin valoración

La edición de EThos del Principito en lenguaje inclusivo se suma a los cientos de …

—Me gustan los atardeceres. Vamos a ver un atardecer… —Pero hay que esperar… —¿Esperar qué? —Esperar a que el sol se ponga. Al principio pareciste muy sorprendido y después te reíste de vos mismo. Me dijiste: —¡Todavía creo que estoy en mi casa! (…) —¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces! Y un poco después agregaste: —¿Sabés...?, cuando une está muy triste, es lindo ver el atardecer… —¿Tan triste estabas el día de las cuarenta y tres veces? Pero el principito no respondió.

El principito con lenguaje inclusivo por  (Página 27 - 28)

Obviamente, banco la modalidad inclusive del lenguaje. Si no, no hubiera comprado esta versión del libro (traducido por Julia Bucci).

A estas alturas, yo considero la inclusividad en el lenguaje como una cuestión de estilo, y no gramatical. Entendámonos: todas estamos de acuerdo —porque es obvio— que la evolución de la inclusividad en el idioma es un fenómeno de dimensión política. Mi praxis es que el estilo es una mejor herramienta que la gramática.

La gramática no es descriptiva: describe sólo cuando ha decidido que un uso es digno de ser registrado pero, en el intervalo, es prescriptiva. (O, siendo caritativo, describe el pasado y no el presente.) En la jerga de Deleuze y Guattari, la gramática codifica los flujos del lenguaje.

El estilo, en cambio, chorrea. Ya desde que se juntan dos o más palabras, fluye allí algo más allá del mero significado: algo que obligatoriamente existe y que no puede dejar de ser percibido por le lector.

José Samago tiene un estilo, el New Yorker tiene una guía de estilo, y el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad (por quien guardamos luto) tiene, como cualquier institución con un fuerte vínculo al lenguaje, una consistencia de estilo. Saramago no pone un punto y seguido así le apunten con una pistola, el New Yorker tiene kinks raros como poner diéresis en coöperation y en reëlection, y el Ministerio de todas nosotras evita el plural masculino genérico como cuestión de vida o muerte. (O, como diría Donna, como cuestión de vida y muerte.)

El problema aquí es que no todos aceptan que es una cuestión de vida y muerte. El objetivo de inundar el socius (el cuerpo social) con lenguaje inclusivo no es que la RAE vaya un día, y en 2047, agregue “chundachunda” al diccionario. O machirulo en dos-mil-fucking-veintitrés.

De hecho, sería un horror que las gramáticas se actualizaran milagrosamente mañana. Toda cuestión con dimensión política es abordable por múltiples vías (es lo que implica que algo sea político: da igual la vía, al aproximarnos, ya nos hemos posicionado). Y mientras esa vía no esté codificada, preserva un mayor potencial político (o, de nuevo en la jerga, de desterritorialización).

A nivel personal, la herramienta con la que he terminado sintiéndome cómodo ha sido la fluidez. Esto es, he huido de la consistencia. Considerar el modo formal de la inclusividad como un eje más en la manera de expresarse me ayuda a tener presente que el objetivo no es la uniformidad ni la codificación en una gramática. Es un acto expresivo más con que inundar.